miércoles, 11 de octubre de 2006

SIN TRADUCTORES

León, Guanajuato 11 octubre de 2006

Los oídos cenaron un banquete de cuatro tiempos denominado Tríptico de Cámara Programa 1, la noche del 9 de octubre en el Teatro María Grever. El platillo principal fue la conmoción aderezada con entrega y técnica impecable.

El primer tiempo fue un Cuarteto para cuerdas en Fa mayor de Maurice Ravel. El segundo fue Disco-toccata para violonchelo y clarinete de Guillaume Connesson. El tercero fue Sonata para clarinete y piano de Francis Poulenc. El postre fue Concierto para piano, violín y cuarteto de cuerdas en Re mayor de Ernest Chausson. Los anfitriones fueron Frédéric Aurier, violín; Pierre Bleuze, violín; Patrick Oriol, viola; Guillaume Lafeville, violonchelo; Julien Dieudegard, violín; Romain Descharmes, piano y Olivier Patey, clarinete.

El negro riguroso para cenas como esta fue imperceptible a los ojos, permitiendo que colores, texturas, recuerdos y fantasías viajaran libremente bailando por el aire al compás de las notas ejecutadas. Pasamos de lo alegre a lo triste, lo suave, lo vivo, de la calma al entusiasmo, lo serio, el lamento, la melancolía, la tensión, el suspenso, la esperanza. No fueron necesarios elementos externos al discurso de la melodía para despertarnos los sentidos. Las piezas crearon atmósferas donde el movimiento de los instrumentos dibujó líneas que seguimos hasta perdernos en cuadros vívidos, en impresiones, en viajes sonoros. La música interpretada fue compuesta en la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX inspirada en la búsqueda del músico César Franck por un arte musical auténticamente francés.

¿Qué misterios se narran nuestros oídos entre épocas? ¿qué se dicen entre los nuestros que hoy escuchan una obra nítida y en vivo y los de quien la compuso años atrás? ¿Cómo agradecerles a quienes sin saberlo nos regalaron poemas, filosofía, paradigmas en sus obras? Tal vez disfrutándolos y manteniéndolos en nuestra cultura como narradores del acontecer humano. Franceses y mexicanos se comunicaron sin necesidad de traductores. La música fue su puente, su código de acceso a la sensibilidad humana instantánea, presente, verídica e inherente a la vida.

Hagamos más música y menos ruido. Clarinete y violonchelo, clarinete y piano; viento y cuerdas, diferencia dialogando para crear, no intercambiando posturas inamovibles. Seamos más concierto, menos solos a destiempo, arrítmicos y ajenos a las necesidades del otro.

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